martes, 9 de junio de 2009

El aburrimiento no existe


El diccionario define la palabra aburrir como molestar, cansar, fastidiar. Pero a mi juicio, el aburrimiento no debe estar en la mente de ninguna persona. Me explico. El día tiene 24 horas. Estamos acostumbrados -entre otras cosas- a levantarnos, ir al trabajo, hacer deporte, dedicarnos a las labores hogareñas. Cada día tiene su propio afán.

Los fines de semana generalmente son para descansar. Y todos nos dedicamos a tareas distintas. Lo mismo sucede con la edad. No es lo mismo el deber de un niño de nueve años que se levanta a las seis de la mañana, o incluso antes para ir a clases, que un señor de ochenta quien probablemente no trabaje y sus quehaceres sean sencillos.

Lo común en cada caso es la personalidad. Se supone que nacimos para una misión. Vinimos al mundo para desarrollarnos y aprovechar el tiempo que Dios nos conceda. Como no sabemos cuántos días vamos a vivir, hay que aprovechar cada minuto del día. Hay mucho por hacer. Todos trabajamos varias horas al día, comemos, tenemos una familia, practicamos algún hobbie o actividad recreativa, compartimos con amigos y vecinos, y no faltan las preocupaciones. Cada una requiere atención y tiempo.

Mi abuela, por ejemplo, con casi noventa y cuatro años de edad comenta a menudo que al día le faltan horas. Dice que hay mucho por hacer y el tiempo no alcanza. Si ella, que ya no trabaja y sólo se ocupa de su casa y del bonsai, se expresa así de la vida, no se entiende como un menor edad pueda decir: "Estoy aburrido".

Existen muchos libros, cientos de películas y asuntos pendientes. Nadie logra hacer todo lo que se propone. Es común oír a niños que dicen "Me aburre hacer visitas", "No tengo nada que hacer". Se fue la luz y no puedo ver televisión. Eso es falso.

La televisión y el Nintendo son un complemento del esparcimiento. Hay campos, terrenos, calles, cerros, parques, playas, canchas, donde pueden correr, jugar el antiguo e involvidable juego "La eres¨" y "El escondite". Están hechos para gozo y uso de la gente. También se puede subir al techo con otros niños a hacer guaridas. Las bicicletas, los patines, los árboles. En fin, un incontable número de actividades, unas naturales y otras inventadas por el hombre, para ocupar el tiempo.

Lo primero que se aprende cuando niños es a tener un horario. Lo desglosamos desde la mañana hasta la tarde, y alternamos los compromisos con las obligaciones fijas como la comida. Nunca lo cumplimos al 100%. Los días y las circunstancias cambian.
Sin embargo, hay que saber invertir el tiempo; primero, en lo más importante. Así como la mañana y la tarde son para trabajar, la noche y los los fines de semana son para descansar. En ambos casos, hay que saber utilizar los espacios para la familia y el estudio. Obviamente, las personas se mueven en condiciones económicas, sociales y familiares distintas. Pero el tiempo es el mismo en todos los casos.

Seamos pobres, ricos, niños, adultos o ancianos, debemos combinar la búsqueda de la felicidad con el aprovechamiento del tiempo. ¡Qué sabroso es ir a dormir después de haber empleado bien la jornada!

Hay que demostrarle a los hijos cuánto les queremos mediante ratos de cariño. Hay que ayudar a mamá a lavar los platos y recoger la basura. Es necesario trabajar horas extras para que el dinero alcance en el supermercado. La esposa quiere que vayamos al cine con ella o le invitemos a un helado. Además, nos damos cuenta de que siempre podemos aprender algo nuevo: un curso de buceo, unas mejores técnicas de cocina, practicar algún deporte, armar un rompecabezas, por citar algunos ejemplos.

El hombre y la mujer deben administrar su tiempo. Las mujeres, tienen una cualidad especial para trabajar en la calle y gerenciar el hogar. Y en ambas tareas se lucen.

Aunque se pueden cansar, no lo demuestran. Saben distinguir lo más importante. Para ellas no existe el aburrimiento. Por tanto, el único lugar donde esta palabra puede estar es en el diccionario. De resto, a correr y a saber vivir, porque el tiempo es oro.

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